ACCIDENTE AEREO

Este 2024 se cumplen 75 años del terrible accidente aéreo. El 26 de septiembre de 1949, el avión en el que viajaba Paco Mayo se desplomó a las faldas del volcán Popocatepetl. En el fallecieron también, la actriz Blanca Estela Pavón y  "El apóstol del maíz" Gabriel Ramos Millán, entre otros. Paco Mayo murió a los 38 años de edad con sus ideales y su Leica colgada al cuello.


 

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Reportajes



 
 

Se cumple el 62 aniversario luctuoso de Paco Mayo, fotógrafo fundamental en el país

2011-09-26

 

 

 

 

Ayer  se cumplieron 62 años del fatal accidente aéreo donde murieron el senador Gabriel Ramos Millán, la actriz Blanca Estela Pavón, el antropólogo Salvador Toscano y el fotógrafo Francisco Souza Fernández (Paco Mayo), enlutando a México entero.

Aquel 26 de septiembre de 1949, una aeronave de Mexicana de Aviación procedente de Oaxaca cayó en las faldas del Volcán Popocatépetl, cerca de un lugar llamado Pico del Fraile.

Mucho se ha escrito del político, la actriz y el antropólogo. Tal vez no lo suficiente del fotógrafo gallego, fundador de la agencia Hermanos Mayo, que revolucionó la manera de escribir con luz en nuestro país.

Francisco Souza y sus colegas ya habían registrado, con rigor, el drama de la Guerra Civil Española. En 1939 llegó a México con una cámara, una familia y la idea humanista de retratar su realidad en su sentido más profundo.

Paco Mayo y los otros miembros de la agencia registraron  la diáspora del exilio y el desarrollo de la vida cotidiana de México, donde dignificaron el fotoperiodismo. Introdujeron en nuestro país el uso de las pequeñas cámaras Leica, que permitían mayor movilidad y discreción al fotógrafo, revolucionaron el encuadre y sus imágenes llegaron a aparecer a principios de los años cincuenta en un centenar de publicaciones nacionales, además de revistas importantes de Francia y Estados Unidos.

Marilyn Monroe, León Trotsky, Diego Rivera, Sara Montiel, Frida Kahlo o Robert Mitchum fueron captados por las cámaras de los Mayo, que recogieron en su carrera como reporteros gráficos manifestaciones, huelgas, acontecimientos políticos, aspectos sociales y mucho de la vida diaria de México. Paco Mayo, en particular, supo captar el alma nacional y espíritu de aquellos años en distintas fotos, que le hicieron merecedor de diversos premios y distinciones. Este año, por cierto, se cumple el centenario del nacimiento de Francisco Souza. Tenía sólo 38 años al momento del trágico accidente de Pico del Fraile.

Años de guerra

Funda en 1934 la Agencia Foto Mayo Francisco Souza; logra tomar una fotografía aérea de la cárcel Modelo de Madrid, en donde se aprecian los presos políticos, formando una estrella, llevando los puños en alto.

Un año después, Francisco Souza Fernández se casa en Madrid con María Luisa González Simón. Al iniciarse la Guerra Civil Española en 1936, se incorpora al ejército republicano y es corresponsal gráfico, siendo piloto  de la Fuerza Aérea Española. Envía fotos desde diferentes frentes a diversos  diarios y revistas; milita en la Unión General de Trabajadores Españoles.

Director Gráfico del Estado Mayor del Ejército Republicano durante la guerra, al mando del general Vicente Rojo. Corresponsal de Paris-Match de París.

, Francia. Corresponsal de la agencia Tass de Moscú, Unión Soviética. Dirigente de la Unión de Informadores Gráficos de Prensa de Madrid.

De 1937 a 1939 se traslada a Valencia y después a Barcelona, donde colabora en los periódicos El Frente de Teruel y El Paso del Ebro.




Hermanos Sciandra; fotoperiodistas decimonónicos
 
Los italianos Paolo y Luis Sciandra, además de ser innovadores de la técnica fotográfica, fueron precursores del periodismo gráfico en México.
 
27/03/2018
EXCELSIOR/Juan Carlos Talavera
CIUDAD DE MÉXICO.
 
Revelan las primeras pistas de los Hermanos Sciandra, señalados como los precursores del fotoperiodismo o del periodismo gráfico en México, de quienes se tiene muy poca información y han permanecido ocultos en la historia de la fotografía, a pesar de que ellos lograron imprimir procedimientos avanzados para su época, como el volumen, la profundidad y la aplicación de un barniz que logró la producción de fotografías abrillantadas por primera vez en pleno siglo XIX.
 
Así lo detalla el investigador Gustavo Amézaga Heiras, autor de la primera compilación Hermanos Sciandra, con algunos ejemplos de su trabajo, en lo que es el primer acercamiento a las huellas de estos hermanos que hicieron de la fotografía un arte del instante, como cuando captaron el traslado del cuerpo del presidente Benito Juárez del Zócalo de la Ciudad al Panteón de San Fernando, imagen que captaron desde su estudio, ubicado en el Portal de Mercaderes No. 7 en el Centro de la Ciudad de México, donde hoy se asienta el Gran Hotel de la Ciudad de México, ubicado en la esquina de 16 de Septiembre y Plaza de la Constitución.
 
También se sabe que registraron el incendio que destruyó la Cámara de Diputados, ese mismo año, que obligó a su cambio de sede; la instantánea de un familiar directo de Miguel Hidalgo; aspectos del interior de la residencia de Gabriel Mancera y una kermés en el Tívoli del Eliseo (ubicado en la Colonia Tabacalera) que da cuenta de la sociedad de la época, muchas de las cuales fueron publicadas en la prensa de su tiempo y cuyos originales hoy permanecen extraviados.
 
La historia cuenta que Paolo y Luis Sciandra nacieron en Italia y durante su primera juventud viajaron por diferentes puntos de Europa para perfeccionar su técnica fotográfica hasta trabajar con el reconocido fotógrafo español Jean Laurent, para luego dirigirse a México en 1872. Primero se instalaron en Orizaba, Veracruz, donde ubicaron su primer estudio fotográfico y meses después llegaron a la capital y se instalaron en el segundo piso del Portal de Mercaderes.
 
¿Cómo conoció la historia de los hermanos Sciandra? “Como investigador estoy abocado a la fotografía del siglo XIX y me han interesado los fotógrafos de estudio, ya que hay un conjunto de fotógrafos que trabajaron durante la década de los años 60 y 70 del siglo XIX que me interesa”.
 
“En el caso de los hermanos Sciandra, se trata de un trabajo muy particular, ya que ellos introdujeron lo que llamo el volumen y el brillo en las fotografías, es decir, como una especie de camafeo muy leve, apenas de unos milímetros que daba una forma realzada dentro de la fotografía. Aparte, su trabajo fue muy distintivo por ese brillo que no era tan fácil de lograr en su tiempo, para lo cual aplicaban un barniz, que, para ese momento del siglo XIX, era único y dio como resultado las fotografías abrillantadas”, añadió.
 
¿Qué tanto éxito tuvieron en la Ciudad de México? “Cuando llegan en el 1872 a la Ciudad de México empezaron a trabajar ese tipo de fotografía y tuvo un gran éxito. Al punto en que los ricos y los comerciantes más importantes desfilaron por su estudio fotográfico. Eso me llamó la atención. Pero también está el hecho de que se convirtieron en pioneros de los fotorreporteros, cuya figura cobró mucha más importancia a finales del siglo XIX y principios del XX”.
 
¿Cómo se inauguran como fotorreporteros? “Hablamos de que en aquel año de 1872 fotografiaron los funerales de Benito Juárez o cuando registraron el incendio de la Cámara de Diputados en el Palacio Nacional. Claro que ellos iban a vender esas fotos. Esa era su finalidad: comercializar este tipo de imágenes”.
 
¿Dónde tenían su estudio? “En el segundo piso del Portal de Mercaderes No. 7, donde hoy se localiza el Gran Hotel de la Ciudad de México, ubicado en la esquina de 16 de Septiembre y Plaza de la Constitución. Esa fotografía se publicó años después, tal como lo relatan algunas crónicas de la época, donde los hermanos Sciandra vieron pasar el cortejo fúnebre con la multitud y tomaron algunas placas para captar el registro”.
 

Las milicianas que no fotografió Capa

Publciado por Redacción ML

La Marea/Olivia Carballar

Artículo de Olivia Carballar sobre el trabajo del historiador José María García Márques en el que se destaca la labor de las mujeres en la lucha republicana contra el fascismo, no siempre publicada y reconocida

https://www.lamarea.com/2017/04/13/las-milicianas-no-fotografio-capa/

Jóvenes, mayores, solteras, casadas, viudas, limpiadoras, maestras… Ninguna empuñó un fusil, pero todas contribuyeron al funcionamiento del Quinto Regimiento.

El historiador José María García Márquez elabora una muestra con las mujeres que formaron parte del cuerpo militar de voluntarios de la II República.

   

Olivia Carballar

 

Antolina Mata Díaz mira a un punto perdido. Tiene los labios finos, apretados. El cabello peinado hacia atrás. Su rostro surcado de arrugas. Es lavandera. Tiene 65 años. Francisca Gómez Cobo y Pilar González Andrés son sastras de 14. Matilde Landa, 32 años, es responsable de personal sanitario. También hay limpiadoras. Y cocineras y enfermeras y sirvientas y mecanógrafas y jornaleras y peluqueras y administrativas y matronas, intérpretes… Jóvenes, mayores, solteras, casadas, viudas, trabajadoras fuera del hogar y dentro de las casas. Ninguna de ellas empuñó un fusil, pero todas fueron milicianas. “Ellas no fueron fotografiadas por Gerda Taro ni Robert Capa, sino por el fotógrafo del Quinto Regimiento sentadas en una silla en el patio. No solo había jóvenes sonrientes y valientes que empuñaban un arma como mostraban las fotografías que se publicaban”, explica el historiador José María García Márquez, que ha elaborado una muestra de las mujeres de este cuerpo militar de voluntarios de la II República creado tras la sublevación.

De las 26.736 fichas recogidas en el archivo, 513 corresponden a mujeres (1,92%). La mayoría procedía de Madrid y, sobre todo, de sus barrios más humildes. Los ingresos se produjeron desde el mismo 18 de julio. “El primero que hemos encontrado es el de la madrileña Emilia Cabello Pascual, de la que no poseemos fotografía ni los datos completos de su ficha y que, posiblemente, pueda tratarse de un error en su fecha”, sostiene García Márquez. El domingo 19 de julio y el lunes 20, otro pequeño grupo de seis mujeres se incorporaron al cuartel del antiguo convento salesiano, entre ellas la modista María Morales García, de 24 años, o la “fregachina” (como reza en su ficha) Victoria Quijorna, de 44.

“Contar con numerosas mujeres para el desempeño de múltiples tareas de organización e intendencia permitió a los mandos dotarse de una infraestructura muy superior a la que tuvieron otras unidades del Ejército Popular. Los trabajos de limpieza y lavado de ropa, la cocina, la costura y reparación de uniformes, el ropero del regimiento, etc. fueron siempre menos valorados y, sin embargo, muy importantes para la milicia. Limpiando cocinas y comedores, letrinas y oficinas, dejaron patente su generosa contribución a la lucha contra la sublevación. Y no solían ser sus rostros precisamente los que recogían las fotografías que se llevaban a la prensa”, insiste el historiador.

Áurea Carmona Nanclares era la única maestra nacional que consta. Ingresó en el batallón Thaelmann y fue destinada como enfermera al hospital de sangre de Rascafría. Murió en prisión en 1939 después de ser detenida y denunciada al finalizar la guerra. “En algunos casos -añade el historiador- la cualificación profesional de varias de ellas supuso una aportación decisiva a las necesidades de todo tipo que tuvo el Quinto Regimiento desde el primer momento. Por ejemplo, las taquimecanógrafas y mecanógrafas jugaron papeles muy valiosos como auxiliares y secretarias de los mandos, tanto en la comandancia general como en la organización administrativa de varios servicios”. Este fue el caso de Margarita de la Fuente, Pilar Muñoz Falcón, Carmen Capafons Gómez, Julia Díaz Caballero, Esperanza Gil Lozano y Luisa González Fernández.

En los servicios médicos y sanitarios también fue fundamental la participación de las mujeres, que, además de organizar, formaron a muchas auxiliares en un contexto en el que no cesaban de llegar heridos del frente: “Estas mujeres, a su vez, desempeñaron un reconocido papel en botiquines, pabellones y quirófanos, a veces en las inmediaciones de las líneas del frente con un riesgo indiscutible”, añade García Márquez. Destaca los nombres de seis jóvenes del Socorro Rojo Internacional: Agustina García Caamaño, María Luisa Gómez Redondas, Ana Lera Lillo, María Luisa López García, Margarita Martín Jiménez y Carmen Ortega Sampedro. Mercedes Gómez Otero, que también ayudaba en la enfermería, fue detenida en julio de 1939. Recorrió las cárceles del régimen en diferentes periodos durante 21 años hasta que obtuvo la libertad en 1961. “Posiblemente haya sido una de las mujeres que más tiempo haya estado en prisión durante la dictadura”, expone el historiador.

Sobre su afiliación política, García Márquez detalla los 146 casos en los que se especifica su militancia (un 28,46% frente al 66,75% de los hombres, como recoge el profesor Juan Andrés Blanco Rodríguez en El Quinto Regimiento en la política militar del PCE en la Guerra Civil (UNED, 1993). La mayoría de ellas -90- pertenecían a UGT. El resto militaban de forma repartida en el Partido Comunista, Juventudes Socialistas Unificadas, CNT, Mujeres Antifascistas, Partido Socialista, Izquierda Republicana y Federación Universitaria Escolar. “La milicia en el Quinto Regimiento llevó a muchas mujeres a consolidar su militancia e ideología y después de terminar la guerra siguieron luchando de forma ejemplar”, añade el historiador.

Un ejemplo: Encarnación Juárez Ortiz era modista y tenía 35 años cuando se integró en el batallón Garcés en Córdoba. Luego marchó a Jaén, donde vivía y donde fue detenida al terminar la guerra. Logró ocultar su paso por las milicias republicanas aunque no su destacada militancia en el PCE de Jaén desde enero de 1938. En el sumarísimo que se le instruyó -detalla García Márquez- fue considerada por la Secretaría de Orden Público como “peligrosísima” para la Causa Nacional y la sociedad y condenada a 20 años de prisión. Consiguió salir en libertad condicional en julio de 1943, pero tres años más tarde, por sus actividades clandestinas, fue detenida de nuevo y sometida a terribles interrogatorios que le provocaron un intento de suicidio. No salió de prisión hasta 1951.

Pilar Bueno Ibáñez, modista madrileña, ingresó en agosto en las filas del Quinto Regimiento con 26 años. Cuando terminó la guerra, pasó a formar parte del clandestino comité provincial del PCE en Madrid. Fue detenida y fusilada junto a otras doce jóvenes el 5 de agosto de 1939. Era la mayor de las Trece Rosas. “Es de justicia recuperar sus nombres y así poder testimoniar un pequeño pero necesario homenaje a su trabajo. Las milicianas son ellas también, no se olvide. Lo dejaron todo para luchar en el puesto que le encomendasen y en el destino que fuese, y hay que reconocerles esa valiente actitud”, concluye el historiador.

 

 
 
 

El nuevo Museo Kaluz: 80 años del exilio español en México

 

Alfredo Peñuelas Rivas/ Nexos

 

Una de las novedades culturales desapercibidas de este año es el Museo de Arte Kaluz, cuya primera exposición augura un futuro prometedor para el arte en la ciudad de México y la zona del centro histórico.

Siempre que un museo nuevo abre sus puertas es una buena noticia. El flamante Museo de Arte Kaluz ocupa ahora el edificio del antiguo hospicio agustino de fray Juan de Borja en el siglo XVII, mejor conocido como el Hotel de Cortés (Hidalgo 85, Centro Histórico), justo frente a la Alameda Central, en una zona de la Ciudad de México donde los museos de arte se han alineado (Bellas Artes, Franz Meyer, Museo de San Carlos, etc.) de manera casi astronómica frente a escenarios de la vida social de la ciudad como el Barrio Chino, la iglesia de San Hipólito o el Panteón de San Fernando. En este recinto, la exposición “80 años del exilio español en México” llegó en el momento justo en que nuestro país pareciera tener la necesidad de replantarse un “¿quién soy?” profundo frente a la Historia, y contrastar la pregunta con un pasado traumático que aún no termina de acecharnos.

 

A 80 años de la llegada del barco Sinaia a las costas de Veracruz, que marcó un quiebre en la vida social y cultural de México y fue el inicio de una de las migraciones más nutridas e impactantes de las que se tenga memoria, la exposición “80 años del exilio español en México” es la segunda de este tipo que se hizo en nuestro país —la primera fue en el Museo de San Carlos en septiembre/octubre de 1989 para conmemorar los 50 años del exilio y fue promovida por el Ateneo español. En ella se mostró la obra de un grupo de artistas plásticos que vinieron a enriquecer la escena del arte mexicano en un momento donde casi todo lo ocupaba la perspectiva estética de la llamada Escuela mexicana de pintura.

“Queríamos contar una historia”, afirma Paloma Porraz del Amo, directora del Museo de Arte Kaluz, al referirse a la propuesta museográfica, “la historia del implante de estos emigrados: su vida en el frente de batalla; el difícil episodio en los campos de concentración como el de Argelès-sur-Mer, en Francia; el viaje en los barcos; su arribo a México y la memoria de una España que se iba diluyendo en la distancia; así como el diálogo con el arte mexicano”. Las obras en su conjunto representaban el grito desolador de un dolor vivo, plagado de inválidos que desfilan en un éxodo triste hacia otras tierras: niños desvalidos, caballos que relinchan en medio de la oscuridad, barracas, alambradas, personajes solitarios que miran el mar, nostalgia… ¡maldita nostalgia!

 

La exposición reunió 134 piezas de una gran diversidad de estilos: desde el surrealismo, el cubismo o el fauvismo hasta el arte abstracto, la gráfica y el collage. Esto nos sirve para entender el abanico de visiones que llegaron a nuestro país, artistas formados en su mayoría en la Academia de San Fernando, en Madrid, lo que les permitía tener un continuo diálogo con las tendencias europeas y enlazarlos con México. Como bien afirma el investigador Miguel Cabañas Bravo, el éxodo de los derrotados españoles, cuya creatividad y grado intelectual ya crecían en la España anterior a la guerra, pronto se encontró con la floreciente propuesta cultural del México posrevolucionario.1

 

La experiencia de abandonar una España republicana

 

Detrás está la tierra amada, pero también la tierra destrozada. Al lado están los compañeros de lucha, pero también los compañeros de marcha, las miradas fijas en la tierra, en los pasos. Uno de los ejes de la exposición era la experiencia de la travesía: primero el cruce fronterizo España-Francia, después el encierro en los campos de internamiento de Argelès-sur-Mer, Saint-Cyprien, Barcarès en Pyrénées-Orientales, Gurs, Setpfonds, Riversaltes y Vernet d’Ariège en donde estuvieron encerrados casi 550 mil españoles en condiciones infrahumanas; después los barcos, nombres como Sinaia, Mexique o Ipanema, sonaban a libertad. Ahí están los cuadros que dan testimonio, los Éxodos de Antonio Rodríguez Luna y de Francisco Moreno Capdevilla, una mirada nebulosa de aquel largo andar; las Barracas de José Bardasano, con un trazo tenue como una luz de esperanza, o el aguerrido grito surrealista de los Campos de concentración pintados por Gerardo Lizárraga que, además de surrealistas, tienen la mirada cruda e impresionista de la guerra de un Otto Dix o el dolor informe del Guernica de Pablo Picasso; o bien Tres cafres de Josep Bartoli i Guiu cuya dureza nos hace pensar en que en la guerra siempre hay sangre, siempre hay tristeza.

 

De este conjunto habría que destacar el trabajo de Antonio Rodríguez Luna, no sólo por su atinada versión del éxodo, cuadros que hacen recordar al emblemático Don Quijote en el exilio, mural que el pintor andaluz realizó en 1973 en el museo iconográfico del Quijote en Guanajuato, sino por sus grabados que definen el horror vivido en los campos de concentración y su guiño goyesco a las temáticas recientes de la pintura del México que le tocó vivir con su cuadro Colgados, de 1943. Estos cuadros nos dicen que el arte está ahí para señalarnos las aristas de la sociedad, como afirmó alguna vez el pintor alemán Anselm Kiefer: “el arte es un intento de llegar al mismo centro de la verdad”.

El barco significa la esperanza, de ahí se desprende la serie de fotografías de Kati y José Horna, una pareja que hace la travesía de Le Havre a Nueva York y de ahí a Veracruz. Una suerte de álbum familiar y lúdico en el que la pareja narra un viaje íntimo y esperanzador y que evoca el trabajo de ambos durante los últimos años de la guerra en la revista Umbral, cuyos collages, fotografías y portadas también forman parte de la exposición. La fotografía de Kati Horna tiene la capacidad de volver mágico lo más simple, aquello que ocurre a diario o esos instantes que se perpetuarán con un guiño de sorpresa como ocurre con su fotografía Los paraguas, tomada durante un mitin de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) en una Barcelona lluviosa en los aciagos días de 1937.

 

 

El oficio de pintar

 

Una vez instalados en México los artistas del exilio español pudieron desplegar su técnica e incursionar en otros campos como el muralismo y el diseño gráfico. Tal es el caso de dos pintores que tomaron senderos técnicos y temáticos muy distintos. Por un lado está el valenciano Josep Renau que fue invitado a participar, junto con Miguel Prieto y Antonio Rodríguez Luna, en el mural titulado Retrato de la burguesía, del Sindicato de Electricistas (SME). Este hecho determinó parte de su producción artística, ya que Renau se dedicó a la pintura mural hasta el final de su vida en Berlín; a él se le debe la creación del mural La Hispanidad del Casino de la Selva en Cuernavaca, hoy desaparecido. Renau también haría un destacado trabajo en el ámbito del diseño gráfico creando más de 70 carteles para películas mexicanas de los cuales algunos formaron parte de la exposición.

 

Otra de las pintoras que incursionó tanto en el muralismo como en la ilustración fue Elvira Gascón, cuyo trabajo aparece en más de 150 libros editados en México. De ella se eligió una serie de grabados para La Iliada de Homero: traslado de Alfonso Reyes (Fondo de Cultura Económica, 1951), además de una serie de caricaturas de algunos de los compañeros de exilio como León Felipe o Ramón Xirau, del poeta Juan Ramón Jiménez e incluso del propio Alfonso Reyes. Elvira Gascón es tal vez la pintora más importante que llegó con el exilio de 1939, no sólo por su enorme calidad técnica, descrita como “helenismo picassiano”, sino porque tuvo la oportunidad de colaborar con los más grandes escritores de su época. Fue además la única mujer que incursionó con relativo éxito en el muralismo, del cual destaca el que pintó en el tempo de San Francisco en Zongolica, Veracruz.

También se seleccionaron los carteles promocionales de José Horna para el Primer Festival Mexicano de Motociclismo y para la IV Carrera Panamericana. En estos trabajos se puede apreciar la influencia de las vanguardias europeas, pero también la influencia de las nuevas tendencias mexicanas tanto en colores como en formas. El implante de los pintores exiliados dejaba ver que se abandonaba a una España muy difusa pero que buscaban apropiarse de una nueva tierra que no era del todo suya.

 

La mirada lejana y la introspección

 

Mirar a España era como mirarse a los ojos. Aquí la mirada se confunde con el recuerdo, los colores ya son los de una patria prestada, hay nuevas formas, nuevas temáticas y un intento de adaptarse al entorno. Esto se puede apreciar en cuadros como Indígenas, de Juan Eugenio Mignorance, Músicos huicholes, de Roberto Fernández Balbuena o La casa del pescador, de Arturo Souto, obras que buscan capturar la esencia de lo que se vive a diario, de esos nuevos tonos del campo mexicano. Estos cuadros están en un diálogo permanente con otros como La espera, de José Bardasano, Caballos, de José Moreno Villa o Plaza antigua, de Enrique Climent, por mencionar sólo algunos, donde España está cada vez más difusa y la paleta de colores la selecciona la memoria, acaso el anhelo.

 

Los exiliados se miran a sí mismos, se retratan entre ellos. Cristóbal Ruiz pinta Mi hija Magdalena en Madrid mientras que Jesús Martín Martín hace un retrato de León Felipe y Roberto Fernández Balbuena se hace una Autorretrato, y así una serie de retratos y autorretratos donde los pintores transterrados parecieran buscar en sus gestos a esa poca España que aún les queda en la mirada. Es entonces cuando deciden que el camino es otro, España ya no volverá y entonces hay que seguir adelante, como escribe Javier Cercas al final de Soldados de Salamina, “y un soldado solo, llevando la bandera de un país que no es su país, de un país que es todos de los países y que sólo existe porque ese soldado levanta su bandera abolida […] sin saber muy bien hacia dónde va ni con quién ni por qué va, sin importarle mucho siempre que sea hacia delante, hacia delante, hacia delante, siempre hacia delante”.

 

Los caminos llegan y con ellos la explosión de estilos y tendencias. Los pintores maduros incursionan en el surrealismo y en el arte abstracto. Es ahí cuando surgen los jóvenes, esos pintores que reconocemos como “nuestros”. Porque ahí está la inconfundible Remedios Varo con su Revelación o el relojero y Esteban Francés, su primer marido, cuya obra es poco conocida en México, pero su talento lo llevó a tener una exposición en el Museum of Modern Art de Nueva York en 1948. Ahí está también nuestro Vicente Rojo (cuyo mural Jardín Urbano engalana una de las fachadas exteriores del museo), acaso el pintor español-mexicano, que funciona como bisagra entre México y el exilio y quien define la esencia de una nueva cultura de un México moderno que se separa de un pasado revolucionario institucionalizado.

 

La importancia de la exposición “80 años del exilio español en México” no sólo radica en la multiplicidad de artistas, estilos, corrientes y temáticas que, como bien dijo Manuel Ulacia en el catálogo de la exposición 50 Aniversario del exilio español, “si se la pudiera calificar con una palabra sería: pluralidad”. Es también la apuesta valiente de un empresario como Antonio del Valle Ruiz, no sólo porque su colección de más de 1500 piezas quiere mostrar el arte mexicano de los siglos XVIII al XXI, sino porque con esta exposición integra al paradigma mexicano al exilio español de 1939, prueba de ello es esta muestra pre-inaugural que llama a la reflexión de que un México contemporáneo deber ser un México incluyente y universal.

 


 
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